sábado, 9 de agosto de 2008

Mascaritos de mi pueblo




"Mascaritos"
(detalle de mural)
Hogar de Ancianos de
Fray Bentos



El mascarito fraybentino es exteriormente una especie de espantapájaros. Sus ropajes son “cualquier cosa”; prendas en desuso, rotas, gastadas, combinadas en un caos de colores y muchas veces sin ninguna programación previa, pero que conforman una totalidad rotundamente acabada, grotescamente uniforme, impactante, única y tremendamente bella en su fealdad.
Para mí, hay dos motivos fundamentales – aunque no excluyentes, por cierto - que inducen a hombres y mujeres a transmutarse espontáneamente en mascaritos.
El primero - elemental cuando se habla de disfraz - es encubrir la identidad frente al público. Lograrlo es ya una primitiva diversión. Pero el mascarito no se detiene allí; se exige ir más allá. Necesita flirtear con esa excitante posibilidad de ser desenmascarado y para ello emplea la provocación. Entonces baila, abraza, gesticula y habla a gritos o en susurros a parientes y amigos contándoles situaciones comprometidas, para él y para ellos. Es como un ceremonial que guía y engaña - todo a la vez - “jugando con fuego”.
Lo segundo es transformarse en un censor social. Es un termómetro de la vida cotidiana. Y esas sátiras son expresadas a través de un humor negro, simbólico o grotesco, llegando hasta el realismo fantástico.
Salvo excepciones, sus “víctimas” son los individuos que con sus actitudes o acciones hieren material, ética o sentimentalmente a la sociedad. Y él ridiculiza los hechos a través de una dramatización directa e indiscutible.
Y este “sacar los trapitos al sol” es elaborado con tanta originalidad, que va más allá de un hecho casual de una noche carnavalera para transformarse en una serie de riquísimas creaciones. Lamentablemente esta obra intuitiva, elaborada espontánea e improvisadamente, tiene una efímera vida captada muchas veces por unos pocos espectadores que, depositarios de ese fugaz resplandor cultural, se maravillan ante la expresión de algo muy profundo, mezcla de instinto, sentimiento e intelecto.
Siempre encaro mi obra alimentado por esa concepción del Arte popular de mi pueblo; y esa gente tapada de trapos y pintura – parientes, amigos, vecinos - siguen emocionándome, refrescando mi memoria, transportándome hacia los días lejanos y felices de mi niñez.
Sin embargo, creador yo también, mis obras se han alejado aparentemente de mis inspiradores; lo exterior de mis mascaritos se parece poco a esos entrañables y bochincheros “mamarrachos” fraybentinos pero adentro, en el alma y los sentimientos que intento darles, siguen aspirando a ser como ellos, como los verdaderos, a los que quiero y extraño tanto.

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