sábado, 9 de agosto de 2008

Escribir y corregir










"Escribiente" (boceto para mural)


Quiero, para comenzar, decir que estos convencimientos que compartiré con ustedes son una síntesis de algo bastante más extenso y que lógicamente aquí están “amontonados” en un desorden “armonioso” que cada cual deberá reordenarlo a su gusto y conveniencia.
Por otra parte, como todo esto del Arte tiene un ingrediente fuertemente subjetivo, no es posible determinar la existencia de una fórmula exacta, abarcadora y detallada de cómo realizar una obra, en cualquiera de las disciplinas artísticas, no sólo en la literaria.
Cada cual descubre, construye y pide prestadas herramientas que sólo él puede hacer funcionar y seguramente no siempre.
El uso que damos a esas herramientas las clasifica como primarias, secundarias, etc. Unas rústicas y poderosas “para lo grueso”; otras delicadas y sutiles “para terminación y pulido”. Y todas esas herramientas están guardadas en una especie de “cajón de herramientas”, acá, en la cabeza y acá en el corazón de cada uno de nosotros.
Por supuesto, las que más usamos están arriba; las otras allá abajo, a veces hasta desperdiciadas, por invisibles y olvidadas.
Por lo que significa esta explicación, es que no voy a hablar de “cómo debe escribirse un texto” sino que hablaré de “cómo escribo un texto”. Inevitablemente esto repercutirá en alguna medida en quien me escuche y ello me obliga a poner énfasis especial en la claridad y honestidad de mis dichos.
Para ello, en algunos momentos tomaré prestados ejemplos de algunos maestros - de los cuales he aprendido - y que, por supuesto, dicen las cosas mucho mejor que yo.
Intentaré también mantener la charla en primera persona, para hacer evidente el hecho de que hablo de lo que yo hago y no de lo que debería hacerse. Cada cual tome lo que le sirva y deje u olvide el resto.
Y, como última precisión, les digo que enfocaré esto desde mi creación teatral, aunque verán que toda creación literaria pasa – en mi caso – por este mismo proceso.
Y comencemos con este caos que pretende presentarse en cierto y comprensible orden.


Imágenes provocadoras.


Creo que los primeros movimientos de escritura que realizo son fruto de la provocadora imagen - digo imagen por cualquier percepción que tengo o llega a mi mente – y que guarda en sí misma una obra cualquiera (cuento, dibujo, obra teatral, música) así como una semilla guarda o contiene a todo un árbol hasta el momento en que comienza a germinar. Esta imagen es, para algunos, un “disparador”. Me resisto a esa calificación que parece describir un arma de fuego más que una imagen rica, vital y provocadora de la creación artística.
Yo prefiero – y no es mío – el término “Imagen Generadora”.
Esas imágenes, que llegan a mi rincón de creador y me conmueven, pueden estar guardadas en mi sub-conciente o puedo haberlas recolectado concientemente en
derredor y archivado hasta el momento en que me desafíen a generar algo a partir de ellas.
Siento un placer muy especial, único diría, cuando comienzo a balbucear los primeros diálogos o descripciones, guiado por esa imagen que puede ser un objeto, sensación, perfume, temperatura, color, palabra o situación y que me lleva a escribir libremente, desde un lugar de emociones y sensaciones que afectan a mi relato de manera excluyente.
Y todo es así hasta el final de esa historia que se genera desde sí misma (como el árbol) y que debe contener, fundamentalmente, tres cosas.

a.- Estar ligada a mi mundo interior, porque sólo así me conectará con otras imágenes íntimas y las emociones que me provocan, para que ellas sí participen, de una forma u otra, en la creación de la historia.

b.- Contener - o crear durante el desarrollo - un sentido alegórico, un símbolo, una metáfora que enriquezca el discurso y regale al espectador algo que lo haga crecer intelectual y espiritualmente. Un hecho cultural es aquel que afina la sensibilidad, aquel que nos vuelve más complejos, más observadores, más críticos, más sutiles en el proceso de la valoración, que nos transforma en seres más capaces en la comprensión, para así vivir y convivir de mejor forma.

c.- Y, para completar el triángulo, esa imagen contendrá, expresará o generará un conflicto que será el porqué de la historia.

Claro que puede haber otros conflictos y de hecho los hay en una obra; pero uno de ellos será el sostén - posiblemente invisible - y el motivo de su existencia, aunque no siempre sea el principal en el discurso propiamente dicho. Pero eso sí, si no hay conflicto no hay cuento, relato, novela o teatro.

La improvisación primaria.

En la improvisación teatral – la de un actor - cada gesto, cada palabra, cada movimiento, cada idea tienen una respuesta inmediata que está sujeta a las imágenes y emociones intestinas. Por eso hay mucho del interior del artista; hay imágenes y hay emociones.
La literatura teatral se alimenta también de las improvisaciones y son tan fuertes que proponen, determinan y construyen el texto.
Por eso digo que sólo vislumbro, desde la imagen generadora, un camino penumbroso y desconocido que se irá iluminando con la guía certera de los personajes que, con sus convencimientos y contradicciones, irán dando, desde una improvisación que no controlo, la luz y la riqueza a ese devenir hacia algo.

Hacia algo.

El teatro es un movimiento dificultoso hacia algo y el conflicto de fuerzas en contrario es el que genera la energía, justifica la historia, decide el progreso e impone el ritmo de la obra.
Enriquecido por objetivos, motivaciones y contradicciones de cada personaje, el conflicto instala una central de violencia, plena de pugnas, forcejeos, calmas, tormentas, marchas y contramarchas que precipitan a personajes y público hacia un final que, idealmente, no debe ser esperado. Esa es la obra; una historia condensada en la acotada realidad de la escena y las alusiones.
Quiero remarcar algo: la obra existe si hay conflicto.
Juan quiere ir hacia un lugar y Pedro no se lo permite. Allí hay un conflicto, un foco generador de violencia.
Allí hay una historia que está esperando, adormecida y vital como un árbol gigantesco dentro de una pequeña semilla. Sin embargo, para que germine, necesito imágenes que la alimenten, la rieguen y la vuelvan visible.
Indispensablemente necesito esas imágenes porque no puedo, nadie puede, escribir desde la idea; se escribe desde las imágenes. Cuando un olor, un sonido, una escena se torna una imagen conmovedora, que genera en mí algo y ese algo me impulsa a ir más allá..., ¡ya está! Estoy en camino. Y pongo en marcha la escritura desde la contradicción de no saber nada de la obra ni hacia dónde iré.
Son los personajes los que, poco a poco, iluminarán el sendero penumbroso.
Ellos me arrastrarán por él, me mostrarán un mundo de fuerzas y contradicciones y me “embarcarán” en el viaje que emprenden y que conduce “hacia algo”. Estaré allí exclusivamente para estimularlos si se quedan quietos o si los noto girando en redondo perdidos y planos, sin avanzar.
No es otra cosa para mí la creación. Y mi participación en ese suceso es estar ahí, azuzando a la obra para que ocurra; alimentándola, regándola y cuidándola, como a un árbol.
Pero es sólo el comienzo. Eso que se ha creado debe transformarse en otra cosa.

Desde la creación a lo literario.

Voy a tomar como ejemplo un accidente en la intimidad casera.
Una línea casual que se produce por el manejo erróneo de un bolígrafo, termina “dibujándome” una raya en la camisa nueva.
Hay allí un “dibujo” casual, accidental que – como las nubes en el cielo – nos evoca algún objeto, animal o persona. Es algo emocional lo que sucede.
Esa casualidad puede incentivarnos a completar la imagen, desde la imaginación. Eso es una irradiación de otras líneas que completan lo sugerido ppor la línea primaria, accidental.
Pero luego, si la emoción que nos provoca todo esto es suficientemente “fuerte”, utilizaremos nuestros conocimientos de dibujo para “detallar” toda la figura, con cierta destreza.

Podemos decir, pues, que todo el proceso ha pasado por tres etapas; la línea emotiva, la irradiante y la diestra.

Comparemos esto con el proceso creador del texto teatral.
Hay una primera etapa que es emotiva y que, más allá de mi voluntad, me “muestra” parte de la historia, perceptible pero incompleta. Ahí “se adivina la obra" (como la imágen en la camisa). Ese primer esbozo involuntario de la obra, me conmueve o no. Si lo hace, ocurre otro proceso que completa el texto y eso puede considerarse el proceso irradiante, donde el bosquejo termina siendo un texto totalmente desarrollado, aunque seguramente pobre o débil.

En estos dos “tiempos”, las imágenes y emociones provocan que la escritura fluya libre de trabas, correcciones o censura.
Hasta aquí, aunque los límites nunca son nítidos en el Arte, actúa la “Improvisación Imaginaria”.
Ha ocurrido la obra. La próxima etapa de la escritura es “completar la obra" en todos sus detalles (como el dibujo en la camisa); características, colores, luces y sombras.
Esta etapa es la última en la realización de una pieza Dramática.
Es el tiempo de la corrección. Por eso hablaba de la destreza, la línea diestra. Tengo que emplear las técnicas, el oficio; ah, y la auto-crítica.

En esta etapa siempre existe el supuesto de que “puedo lograr algo mejor” y eso me impulsa a corregir y corregir, casi con cierto toque de manía.
Sólo podrá detenerme una difícil decisión, tajante pero dolorosa: “¡Basta, está bien así!” O sea que doy por terminado el proceso, muchas veces hasta con ciertas dudas. Es difícil decidir cuándo “terminamos” la realización de una obra literaria o de cualquier disciplina artística.

Escribir es corregir una y otra y otra vez... y muchas y muchas veces.
A veces, hasta logramos algo interesante.


Algo sobre la escritura.

Los diálogos ordinarios de la comunicación coloquial no poseen un valor artístico; no tienen armonía, elegancia, ritmo, musicalidad. No tienen tono poético. Eso sucede en nuestras conversaciones con la familia, los vecinos, los comerciantes...

Sin embargo, actualmente la literatura, particularmente la dramática, se sirve mucho de lo coloquial en su búsqueda de lo naturalista o realista.
Claro, lo coloquial es un instrumento de uso vulgar rápidamente convertido en desecho, que al final del día, nadie recuerda. Nadie sabe exactamente todo lo que conversó, palabra por palabra, con la vecina de la vuelta sobre los problemas de los sueldos, el embarazo de la menor de los López o la lluvia del jueves anterior.

Conozco la obra de una artista que acopia desechos del mar; restos de caracoles y almejas. Después, pacientemente, los elige y los va “soldando” unos con otros, hasta que se produce el milagro de la creación artística. Ante mis ojos aparecen figuras casi perfectas de gauchos y “chinas”, caballos y guitarras, ponchos, recados y cuánta cosa esa mujer quiere que yo vea.
Son simples “esqueletos” de caracoles y almejas, arrastrados por el mar, que han sido transformados y que nos dicen cosas distintas, que nos provocan cosas distintas y que nos conmueven profundamente. Sin embargo, si nos acercamos suficientemente allí están ellos, caracoles y almejas, vibrando ahora con otra vitalidad; la que les aportó esa mujer desde su talento. Pasa igual con lo coloquial que, en manos del literato, torna de basura en oro.

El creador, el literato se sirve de los desechos de lo coloquial, los transforma y los hace “protagonistas” de un texto literario usándolos de la manera adecuada; con sentido poético.

Escribir desde cada personaje.

Interior y exteriormente, cada personaje es único. Su forma de ser, de hablar, de pensar; su aspecto, su voz, su agilidad o pesadez, sus movimientos; sus reacciones, sus posturas morales y éticas, sus actitudes.
Todo es único en él y cuando escribo debo hacerlo creíble a través del único elemento que cuento: La palabra.
En la etapa de ajuste del texto – corrección –, pongo atención extrema en los dialogados. Ellos son mi única herramienta para definir toda la compleja estructura orgánica y mental de los personajes.
Para eso, me introduzco en ellos y escribo sus parlamentos desde cada uno. Y me propongo que, a través de sus parlamentos y caracteres, cada cual aparezca único y original. Esto es necesario para que el soporte - el cuerpo y la palabra del actor - pueda interpretarlo cabalmente.
El personaje es una ficción, un mito, y debo infundirle vida.
Debo hacerlo conflictivo, tridimensional y contradictorio.

a.- Conflictivo, puesto que el conflicto es fundamento del hecho teatral. Cada personaje lucha por imponer sus ideas y objetivos desde un lugar de las fuerzas en contrario.

b.- Tridimensional, porque debe tener “luces y contraluces” que lo despeguen del “fondo plano” en el que se recorta. Luces que lo alumbren desde varios ángulos, aún desde la contraluz, porque no puede ser plano, invariable. Debe tener un carácter dinámico, que lo proyecte hacia sus objetivos, alcanzables o no. Eso creará una visión tridimensional y enriquecida con claroscuros.

c.- Contradictorio, pues es la condición más enriquecedora desde lo humano. Todos somos contradictorios. Si el personaje no tiene luchas intestinas a la hora de tomar decisiones, se transforma en algo mecánico y predecible.

Algo sobre el corregir.

Yo leo en voz alta varias veces, durante el proceso de corrección.
Es simple el motivo. La obra de teatro no es una novela, cuyo soporte es el papel. En esto de la dramaturgia el soporte, fundamentalmente, es la voz del actor. Por lo tanto, si queremos ajustar nuestro texto para que funcione correctamente a través del actor, debemos escuchar como suena. Debemos saber si tiene buena musicalidad o si, por el contrario le “aparece” algún ruido, algún error.
Y baste lo dicho como explicación de esto que, aunque no a todos les convencerá como recurso, creo que de vez en cuando sirve usar; “por si las moscas”.

Las líneas “emotiva” e “irradiante” se complementaron para crear la historia. La corrección es aquella “línea diestra” que transforma a la creación en un hecho literario válido.
Corregir es, fundamentalmente, transformar la creación en un hecho artístico.
El Talento es el creador.
El Oficio es el constructor.


Una revisada en el cajón de mis herramientas.

No hay fórmulas exactas para escribir y tampoco hay herramientas universales que puedan o deban servir a todos quienes andan en esto de la literatura o en cualquiera de las Artes.
Sin embargo, cada uno tiene ciertas herramientas fabricadas de forma casera y otras que pedimos a colegas y hasta algunas que nos encontramos por ahí y que – todas juntas – llenan nuestras necesidades y forman parte de nuestro “cajón de herramientas”.


¿Para quién escribo?

Hay un interlocutor para el que escribo. La creación se afirma en ese “receptor” invisible, imaginario, hasta impreciso pero fuerte hacia el que va dirigida mi obra.
Siempre cambia. Siempre escribo para alguien o algo distinto pues el asunto del cual quiero escribir se ajusta a un interlocutor muy especial.
Yo diría que no lo elijo; está allí en las sombras, leyendo, analizando, juzgando lo que vuelco en el papel.
Este interlocutor se mantiene durante todo el proceso de creación, como ayudando a dar una impronta particular al texto.
Pero no es factor determinante para el proceso.
Aún escribiendo para ese “fantasma” impertinente que me observa desde la platea imaginaria, puede que no logre llegar a buen puerto. Entonces termino archivando en un cajón todo lo escrito y me olvido, quizás por años de ese, muchas veces, llamado “maldito texto”.

Algún día, tiempo después, me encuentro con él revisando cajones en busca de otra cosa.
Lo leo, veo sus virtudes y defectos y – principalmente – compruebo que me es totalmente ajeno. Ese texto parece escrito por otra persona. ¡Eso no pude haberlo escrito yo!
¿Qué sucedió?
Cambió el interlocutor. Ya no tengo el mismo fantasma juzgando mis escritos. Hay otro que “ve distinto” lo que escribí hace un tiempo.
Sin embargo, quizás el texto sea rescatable; quizás hoy sí pueda avanzar hacia algo. Entonces debo solucionar primero lo primero. ¿Para quién voy a escribir ahora? Y la solución no está en mí; está en el fantasma. Alguien aparecerá desde las sombras a leer, analizar y juzgar lo escrito. Y si es de su agrado o interés, me impulsará a seguir escribiendo. Posiblemente haciendo ajustes acá y allá para agradar a ese nuevo interlocutor, pero podré, finalmente, seguir avanzando. ¿Hasta el final? Eso es harina de otro costal.

La imagen generadora.

Creo que nadie escribe desde la idea. Necesitamos que aparezcan imágenes que nos provoquen la creación.
Esas imágenes surgen espontáneamente o podemos acopiarlas sin ton ni son, simplemente porque nos conmueven y nos muestran una vitalidad y vibración que nos dicen que encierran algo, como una semilla encierra a todo un árbol.
Hay una obra allí dentro de esa imagen que, llegado el momento, nos conmoverá y germinará.
Pero esa imagen no sólo debe conmovernos como imagen, sino que debe contener algunos ingredientes esenciales para que guarde en su interior una historia válida teatralmente. Debe estar estrechamente relacionada con mi mundo interior, con mis vivencias, experiencias y emociones; debe contener un conflicto pues sin él no hay Teatro; y debe contener o crear una metáfora.

Algo sobre el sentir y las sensaciones.

En el proceso de creación me dejo arrastrar por los sentimientos, por las emociones. Me dejo llevar por los personajes que así adquieren su propia dimensión y deciden qué debe suceder, qué deben decir y porqué cosas deben luchar.
Intento huir del escenario y su acotada escena. No quiero que la escenografía ficticia del teatro me condicione en la creación. Entonces creo una realidad desde mis sentimientos, sin frenos materiales más allá, lógicamente, de la propia sensatez. Me instalo entonces a través de mis sentidos, de las sensaciones. De lo que veo, huelo, paladeo, toco, oigo. Esos efectos sensoriales muchas veces son provocadores de cosas que hacen a la creación del texto y de los personajes.
Allí, en esa realidad creada por mi sensibilidad y captada por mis sentidos, se creará, se desarrollará la obra. El texto está allí y como una semilla bien regada y cuidada, germinará y se hará árbol.

La improvisación imaginaria.

Siempre dejo correr el lápiz para que aparezcan los primeros parlamentos, las primeras impresiones o imágenes que alumbren el camino de la historia y alumbren a los personajes. Esa es una buena manera de comenzar y que me ha dado las suficientes satisfacciones como para adoptarlo como herramienta válida.
Una vez que la imagen generadora me impulsa a escribir, lo mejor es liberarme de todo prejuicio y dejar que la imaginación y la improvisación me embarquen y conduzcan hacia donde quieran. Es muy probable que esas dos señoras me lleven a buen puerto, si es que no las enfrento al señor de la censura antes de tiempo.

Esa improvisación imaginaria, a la cual se refieren maestros de la literatura dramática, no es otra cosa que dejarse llevar por la historia, que se construye sola de adentro hacia afuera como germinando de una semilla – o sea la imagen generadora – y permitiendo que los personajes me atrapen desde sus apetitos, sus objetivos, sus convencimientos, sus luchas y sus contradicciones.

Yo decido liberarme de todo juicio crítico en el momento de crear y lucho constantemente por mantener esa libertad durante todo el proceso. Eso me libera de prejuicios, de barreras materiales, de escenarios acotados, de recursos limitados.
Sólo guardo en un rincón de mi mente, irrenunciablemente, la cuota necesaria de sensatez.

La obra se construye sola. Yo sólo estoy presente para azuzarla, para obligar a los personajes a moverse cuando pierden el rumbo y comienzan a dar vueltas sin sentido en un mismo lugar.


Algo sobre el día siguiente.

A veces es bueno terminar la jornada laboral de escritor sin escribir toda la escena que estamos trabajando, aunque sepamos qué hacer. Esto se vuelve interesante y útil si lo vemos desde las emociones que necesitamos a cada paso y en cada nuevo día de nuestro trabajo.
Necesitamos las emociones que nos impulsan en la creación, como el espectador necesitará de las emociones continuas y enlazadas para ir construyendo la historia en su mente.
Por eso es interesante emplear las escenas inconclusas para reanudar la tarea al otro día.
Como ya sabemos qué hacer, al escribir al principio de la siguiente jornada, esos momentos finales de la escena - como un “calentamiento” -refrescarán las emociones y los sentidos; entonces luego proseguiremos avanzando en el mismo nivel de sensibilidad por las siguientes situaciones. Eso ayuda a la fluidez de las ideas y del relato en sí mismo.

Los personajes.

Construir los personajes tiene dos miradas, dos ángulos desde donde trabajar.
Uno es el propio argumento. El personaje va creciendo a través de su participación, su rol, sus objetivos y su incidencia en la historia. Ello va desnudando y descubriendo su carácter, sus convencimientos, sus reacciones, su forma de actuar, sus contradicciones.

Por otra parte, el personaje se construye desde el cuerpo, la imagen que me hago de él.

No es desde la idea que creo la criatura, es desde las imágenes. Necesito la imagen de ese ser para transformarlo en un mito vivo.
Y, contradictoriamente, hay veces que no.
Por eso digo y repito que no hay fórmulas exactas para esto del Arte.
Sin embargo es bueno tener los recursos ahí, a la mano, para cuando estamos perdidos. El “cajón de herramientas” debe estar pronto.

Corregir.

La mejor manera de corregir, para mí, es hacerlo posteriormente a la etapa de creación.
Sin embargo me es difícil crear sin el fantasma del “Corregidor” a mis espaldas pues soy director teatral. Es difícil aislarse de esa condición. Cuando escribo me siento tentado de ir solucionando los problemas de la puesta en escena.

La literatura dramática tiene un soporte distinto a toda otra escritura.
El papel es el soporte de la literatura, pero el de la literatura dramática es – esencialmente - la voz del actor.
Por ello, si quiero saber cómo llegará y se “leerá” desde la platea, debo leer en voz alta cuando corrijo y tantas veces como sea necesario.
Leer para saber dónde el texto suena como música y dónde como ruidos; esos ruidos que son, por supuesto, los errores.
Algo interesante por demás es señalar inmediatamente los ruidos que voy encontrando, aunque aún no me interese o no sepa cómo solucionar el problema que me crean.
El marcarlos los identifica. Hago esto pues en unas cuantas lecturas más, me acostumbraré a ellos y entonces, erróneamente, comenzaré a convencerme de que no son tan malos.

La corrección constructora.

En esto de la corrección, algo que me llegó como una lección clara como el agua, es el ejemplo de la almeja.
La almeja es un organismo de una perfección total, dentro de su escala. Una de sus virtudes es la asepsia y pulcritud de su cuerpo dentro de las valvas, a pesar de los embates externos. Pero nada es totalmente seguro. Sin saber cómo, de pronto un grano de arena se introduce y se aloja, como cuerpo extraño allí en lo íntimo del animal. Entonces, paciente y efectivamente, la almeja lo rodea con una sustancia llamada nácar hasta volverlo inocuo a su organismo. Eso que se formó es una perla. Una maravilla creada por seguridad. Si lo vemos desde la propia naturaleza, es simplemente un error corregido.
Escribir es corregir hasta formar una perla.

Dos herramientas de búsquedas.

Hay momentos en que no sé hacia dónde ir, no sé cómo solucionar algo. No sé qué pasa con los personajes. Quedan girando en redondo sin ir hacia ningún sitio. Es un pozo de quietud, de aburrimiento.
Es como si los personajes se volvieran extraños; no los entiendo, no sé qué quieren.
Algunos maestros recomiendan hacerles una entrevista.
Sí; sentarse en cualquier lugar imaginado, frente a frente y – totalmente honestos – preguntarle cosas a esa criatura escénica a la que tanto amamos y necesitamos.
Dicen que es sorprendente las cosas que suceden.
No lo he practicado. No por falta de necesidad, sino porque, hasta hace muy poco, no conocía este recurso.
No sé si recomendarlo. Hay que reconocer que no es un recurso apto para uso de todos. Pero lo que sí estoy seguro es que es muy tentador. Es casi como estar creando una obra de teatro. La propia “entrevista” – una especie de improvisación imaginaria – es tan atractiva, que puede terminar suplantando a la obra que pretendemos re-encaminar.
Es endiabladamente tentadora la idea.
Entonces, no puedo menos que recomendar que la tengan en cuenta.
La otra forma de buscar es la de “escribir búsquedas”. Dejar que la mano garabatee ideas, situaciones, dialogados sin ton ni son, buscando que las aguas quietas encuentren las pendientes necesarias para correr hacia algún sitio; una desembocadura, un mar. La corriente de un río da una clara idea de lo se busca en un texto: Es ese correr continuo hacia algo; distintos ritmos según el cambiante terreno; cambios de dirección siempre avanzando; obstáculos casi insalvables; caídas abruptas - aturdidoras o cantarinas - y remansos dulces y frescos buscando con suavidad el sendero a seguir; y un llegar incontenible, aturdidor y emotivo, lleno de espumas, torbellinos, brillos, neblinas y sol.
Y, por último, un consejo; nadie tiene la verdad absoluta en esto del Arte. Todos aportamos nuestra experiencia y la experiencia que nos viene de otros – maestros, amigos, familiares, alumnos – y es por eso que de nada servirá todo lo que estudiemos si no estamos determinados a “dejar el alma” en la cancha, sobre el papel, sobre el escenario o sobre cualquier otro ámbito que hayamos elegido para nuestras expresiones artísticas.
Algunos dicen que el Arte es diez por ciento de Talento y noventa por ciento de trabajo.
No creo que sea tan así.
Pero sí estoy seguro que trabajar con humildad y dedicación total, es imprescindible para que nuestros talentos vuelen al encuentro de la creación, la belleza y la excelencia.

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