jueves, 28 de agosto de 2008

Algunas de mis motivaciones














"León" (acrílicos sobre cartón)




No pocas veces me han preguntado: ¿porqué pintas?
Creo no tener respuesta para ello.
Siempre he jugado a contestar respondiendo la pregunta que no me hacen: ¿Porqué pinto lo que pinto?
Eso sí creo saberlo.

Nací en la pequeña ciudad del interior del Uruguay llamada Fray Bentos; capital del departamento de Río Negro.
Ciudad que palpitaba, vivía y soñaba al ritmo de las faenas del frigorífico ANGLO; una de las mayores empresas cárnicas internacionales, a la que se dio en llamar “La gran cocina del mundo”.
Todas las familias de la ciudad tenían uno o más integrantes trabajando en la fábrica; por ello, todo giraba en torno al frigorífico. Miles de personas "laburaban" en esa empresa que llegó a faenar varios miles de cabezas de ganado por día y producir con ello los mejores cortes de carne para consumo y subproductos como el extracto de carne y el corned beef (exportados, fundamentalmente, para consumo de los soldados en la 1ra. Guerra Mundial), otros envasados cárnicos – lenguas, grasa, etc. -, sangre seca, harina de hueso -, y otros productos provenientes de la matanza de pavos, corderos y ovejas; dulces y mermeladas de frutas y tantas... tantas cosas más.
Allí se fabricaban también los envases utilizados y se adherían a ellos las etiquetas con la cola producida allí mismo, por ejemplo con la caseína de leche.
Y, recordando ahora a ese montón enorme de gente que trabajaba día y noche allí, me viene a la mente un hecho diario, anecdótico; el espectáculo que brindaban los obreros y empleados al salir de la fábrica, finalizados sus turnos laborales.
Cientos y cientos de bicicletas – todas juntas – que atravesaban la ciudad con un zumbido de ruedas y voces, cuatro veces por día, dejando a su paso un extraño aroma a tabaco, sudor, carne, grasa... y orgullo.


Mis padres – mis dos “viejos” – fueron parte de esos miles de empleados y obreros que - entre risas, sudor, cansancio, amarguras y esperanzas - forjaron un presente hermoso para mi ciudad. Presente que otros no supieron transformar en futuro.
Yo nací, me crié y viví allí hasta hoy, pues aún cuando residí en Piriápolis unos cinco años, ni corazón y mi mente bailoteaban entre los recuerdos, emociones y quereres de mi Fray Bentos querido.
Allí jugué, estudié, hice deportes (ciclismo, fútbol, tenis), trabajé, me casé (con Teresita) y crié mis hijos. (Mariel y Mauro)
Me alimenté de esa sociedad especial. Mi mente, mi espíritu y mi corazón mamaron de esa gente que no reconocía clases sociales en la convivencia diaria. Todos éramos iguales, más allá de talentos y virtudes.
Allí se formó mi carácter y se forjaron mis aptitudes, nacidas quizás de algún don que alguien o algo me regaló generosa y confiadamente.
La facilidad de captar la música, el ritmo, las líneas, los colores y las palabras, sumados al ser observador tenaz de la vida cotidiana de mi gente pueblerina, me “empujaron” a la aventura de hacer música, dibujos, pinturas, cuentos y textos teatrales. Llegaron así los días de estudiar música y subir a los escenarios con las orquestas populares y con la Banda Municipal de Música de Fray Bentos; los días de formarme en la técnica del dibujo y la pintura, guiado por maestros - artistas estupendos - y salir a enfrentar a público, crítica y jurados, en certámenes nacionales o locales, en los que participé hasta hace unos cuantos años; los días de escribir horas enteras, en cualquier momento, y ver cómo surgías pequeñas historias de gente humilde; historias plasmadas en relatos cortos y costumbristas o en textos teatrales que, junto con otros (locos como yo) – queridos aventureros del teatro independiente -, llevé a escena con pasión y disímiles resultados.
Todo eso forjó una serie de códigos y principios que construyeron el cimiento de mis expresiones, principalmente en la plástica.

Pero no resultaba facil plasmar todo eso técnica y originalmente, desde una mirada positiva aunque también aguda; desde un humor personal y “decidor”.
Fui encontrando – muchas veces casualmente - ideas e imágenes que se concretaban en obras así, mezcla de humor, ternura y sugestión.
Claro... durante los años de trabajo y búsqueda y encuentros y errores y aciertos y dudas, estas conclusiones y certezas de hoy ni siquiera pasaron por mi mente como análisis, proyecto o como quiera llamársele. Todo fue casi subjetivo, buscando y buscando y...

A veces hasta perdiéndome en callejones sin salida. (¡Vaya a saber si ahora no me encuentro en uno!)
En esa búsqueda apareció, casi sin saberlo, el que a la postre algunos han denominado el “hilo conductor” de mi obra plástica: Los mascaritos de Fray Bentos.
Solari – con su visión personal de las fiestas populares - me había introducido en el análisis y comprensión de la cultura y el arte del carnaval de Fray Bentos.
Ariel Pérez Molinari me "paseó" por el mundo humilde de los alrededores de mi ciudad, charlando con la gente, escuchando sus historias; descubriendo su riqueza interior y el paisaje que habitan en cada rincón de mi pueblo.
Mis padres... y Solari... y Ariel - estupendos maestros - me llevaron de la mano con su palabra, su ejemplo y su obra al encuentro de mis convencimientos éticos y artísticos.
Y todos - Ariel, Solari, mis padres y yo - éramos parte de aquella enorme multitud que palpitaba al ritmo de Fray Bentos.
Los carnavales, los corsos, los mascaritos sueltos y las murgas eran parte de todos nosotros. Fray Bentos vibraba al ritmo de la fábrica, del fútbol y del carnaval. ¡Ah..., cómo vibraba! Los mismos obreros y empleados se transformaban mágicamente en mascaritos, murgas y comparsas; tornaban en futbolistas de los cuadros de barrio y la selección de Río Negro; armonizaban en conjuntos musicales, hacían vibrar los salones decorados o guiaban a socios, desde la presidencia de sociedades recreativas, deportivas y culturales. Y, junto a ellos, todo ese Fray Bentos querido era una gran familia futbolera, trabajadora y carnavalera.
Solari y Ariel Pérez Molinari - amigos y maestros - Leonel, (hermano de Ariel) Alamón, Tonelli Pérez, González Sosa (estupendos artistas) y yo, todos alguna vez inventamos una bandera o escudo para una institución deportiva o cultural, decoramos un salón para el carnaval, pintamos las caras de los murguistas o creamos una carroza para el corso.


Y, por supuesto, los bailes de carnaval.
Con la trompeta y un montón de amigos, subíamos noche a noche a los escenarios a desparramar la música romántica, tropical o brasilera para que tanta y tanta gente saltara, se divirtiera y se enamorara entre cornetas, serpentinas y caretas de cartón.

Y, para completar estas vivencias, el recuerdo de mi madre que, una vez por año, una noche cualquiera de carnaval se disfrazaba de dama antigua, de hombre, de monstruo – o de cualquier cosa - y salía solitaria, lenta, disfrutando paso a paso aquel “paseo” enmascarado entre el bullicio de grandes y chicos en algún corso del barrio Unión, donde generalmente se despedía al carnaval “hasta el año que viene”. Y yo niño, adolescente y hombre, estaqueado en el cordón de la vereda – uno más entre el público – mirándola año a año, sorprendido siempre, orgulloso... y también envidioso de su desenfado, de su espíritu juvenil, de su alegría.

Así, el carnaval fue metiéndose en mis ojos y en mi mente.
En mi alma.

Por eso - y por tantas cosas más - yo amo a los mascaritos.
Amo a esos únicos e irrepetibles personajes de gran calidad plástica, grotescos, impúdicos; incoherentes portadores de todo el bagaje cultural de mi querida y entrañable gente, desde una estupenda, inigualable mezcla de humor, crítica y poesía.
Y comencé a dibujarlos... y a pintarlos... como si quisiera rescatar del olvido a todos esos seres que aparecen en los febreros de mi vida y que parecen estar condenados a desaparecer.
Esos estupendos y entrañables creadores sueltos, improvisados, que alimentaron mi imaginación y me señalaron el valor de lo simple; eso que nace allá, donde están las emociones.
Pero claro, creador yo también, fui inventando - casi sin darme cuenta - mis propios mascaritos; entusiastas monigotes “copiandines” de esos verdaderos mascaritos, cabezudos y personajes carnavaleros.
Ya mis monigotes – quién sabe porqué sino misterioso y sabio - no se parecen en casi nada a los mascaritos de mi pueblo.

Quizás ya no representen visualmente lo que quise rescatar. Son sólo sombras de mascaritos con personalidad propia; disfraces de disfraces.

Pero estoy seguro que en mis apasionados personajes de trapo, madera, cartón y alambres alienta toda aquella querida gente que me emocionó hasta las lágrimas, me divirtió, me formó y marcó para siempre. Y sé que esos inolvidables hombres y mujeres – con inmensa generosidad pueblerina y sin consultarme - prestan hoy sus almas a éstas, mis “criaturas” casi espantapájaros, y les dan la vida y la emoción que, mezclándome los sentimientos allá en un rincón soleado de mi alma, me transportan a esa feliz niñez que no acepto perder.

lunes, 11 de agosto de 2008

Síntesis biográfica















Nace en Fray Bentos, URUGUAY, el 29 de diciembre de 1943.
Desde los seis hasta los trece años estudia música.
En 1965, luego de recibir un premio en un certamen estudiantil de dibujo y pintura es invitado por el maestro Luis A. Solari para concurrir a su taller de la calle 25 de Mayo, en Fray Bentos.
En 1966 conoce al plástico Ariel Pérez Molinari con quien compartió muchas experiencias plásticas.
Como hombre de teatro se inició en el Grupo de Teatro del Centro Cultural Armonía de Fray Bentos, desempeñándose como actor, iluminador, escenógrafo y ayudante de dirección. A los veinte años comienza a escribir poesías y cuentos cortos, volcándose a la dramaturgia a los treinta y ocho años. Ha creado quince textos teatrales y algunos relatos expresivos.

Música.

A los quince años creó su primera orquesta de música popular, llegando a dirigir y a arreglar para más de ocho grupos en los que, además ejecutó la trompeta. A los veintiséis años ingresó a la Banda Municipal de Música de Fray Bentos como segundo trompetista y realizó arreglos orquestales para la misma.
Fundó y dirigió la Orquesta Experimental de la Asociación de Músicos de Río Negro, compuesta por veintidós profesores.
Fue Secretario y Presidente de la Asociación de Músicos de Río Negro y Presidente por dos períodos de la Federación Uruguaya de Músicos, que representa a todos los músicos del Uruguay.


Literatura y Teatro.

Fue distinguido con:
Primer Premio del Concurso de Cuentos organizado por el Centro Cultural Armonía y la Intendencia Municipal de Río Negro. (1978) Primer Premio en la categoría Prosa del Concurso Nacional (Reconocimiento a los valores plásticos y literarios del interior del país) organizado por el Ministerio de Educación y Cultura y las Intendencias Municipales del Uruguay. (1979)
Seleccionado para participar en la edición de la Antología de narraciones cortas – “Nueva Literatura de Habla Hispana – 2006” – Editorial Nuevo Ser, Buenos Aires - Argentina.
Primer Premio – Categoría Teatro – en el Concurso Interdisciplinario de Arte, organizado por la Revista “El Rescoldo” – Bs. As. – Argentina.
Es uno de los teatreros fundadores de los Encuentros de Teatros del Interior, con sede en el Teatro Florencio Sánchez de la ciudad de Paysandú (1983), antes anuales y ahora con modalidad bienal.
Se han estrenado ocho textos de su autoría en el Teatro Young de Fray Bentos, en el Teatro Florencio Sánchez de Paysandú y en el Teatro de la Escuela Don Bosco de Juan Lacaze.
Una de sus obras fue admitida en el Certamen de Textos Teatrales organizado por la Fundación Onnasis de Atenas en el año 2002 e invitado a participar en el 2005.
Ha dictado talleres y charlas sobre introducción al teatro vocacional en instituciones oficiales y privadas del Uruguay, incluyendo talleres de Libre Expresión para niños y para personas de capacidades diferentes.
Dirigió grupos teatrales oficiales e independientes en Fray Bentos y Piriápolis.

Artes Plásticas.

Desde 1966 y hasta 1980, participó en algunos Salones de Artes Plásticas del país y su primera distinción la obtuvo en el Salón de Otoño de San José con el Premio “José Ma. Cerdeiras” (a los valores jóvenes de la Pintura Uruguaya - 1967) Después recibió Premios y distinciones en certámenes como: Salón del Interior de Rocha, Salón de Dibujo del Banco República, Bienal De Artes Plásticas y Decorativas de Paysandú, Bienal de Salto.
Ha expuesto en Salones de Uruguay, Argentina y Paraguay; ejemplo: Museo Solari, Casa de las Artes, Soc. Recreativa La Armonía, Club Unión Oriental, Rosedal del Parque Roosevelt (Fray Bentos); Casapuerta y Biblioteca Jiménez (Mercedes) Salones municipales de Paysandú, Rocha, San José, Lavalleja, Salto, del Banco República y salones de la Administración Nacional de los Servicios de la Estiba – A.N.S.E. - en Montevideo. Salones de La Aduana, organizado por la Municipalidad, en Gualeguaychú-Argentina. Colegio Inglés-Americano de Ciudad del Este-Paraguay.


Algunas opiniones sobre su actividad plástica.



“Ríos es muy buen dibujante y un estupendo colorista”.

Luis A. Solari.


“Realmente, Ríos Cichero realiza una obra que trasunta vida, experiencia, tradición y que escapa de sus telas para comunicarse espontánea y ricamente con el mundo que lo rodea...”

Mary Massey.


“... y el misterio pudoroso de esos trapos, casi espantapájaros, en la entraña de una tierna pregunta sobre el destino de la pareja humana en estos lares, es la prolongación plástica de un desvelado cuentista”

Ariel Pérez Molinari.


Su obra está bañada de un constante placer que contagia al espectador y le impone una reflexión. El resultado es radiante y nos habla de la madurez de este plástico”.

Isabel Nedor.





Algunas opiniones sobre sus escritos:

Sobre el libro inédito “En la isla y otros cuentos”
“(...) Ríos Cichero, subjetivo, en muchas instancias agudo, da testimonio válido de su oficio, que no le hace caer, empero, en el narcisismo literario. Las imágenes no son simplemente correctas; son un instrumento de seducción, pero dentro de lo humano, de una resolución dramática (...)Tiene sentido de lo teatral. No deifica. Se instala tanto en la sombra silenciosa, como en el clima poético, pero sin carácter programático. El cuento, muchas veces es escueto, es un escorzo literario, pero el autor sabe infundirle vida sin caer en lo sensiblero, ni en el período gratuito (..) el conflicto está latente, pronto para irrumpir, porque el autor, Ríos Cichero, está bien dotado. No se perturba. La claridad expositiva, el toque costumbrista, la concisión del lenguaje, la limitación estricta del asunto, permiten al lector coparticipar de la aventura.”

Juan Hilaria.


“AMOR DE DON PERLIMPLÍN...” fue una revelación grata y doble. La de la existencia de otro grupo (de teatro) en Río Negro, el “Juana de Ibarbourou”, y la de su director Ricardo Ríos Cichero, que no sólo concibió el espectáculo con un inteligente aire de teatro de títeres – modalidad escénica que Lorca también amaba – sino que desplegó aquí y allá sabrosos toques de humor paródico y, fundamentalmente, desbordó de imaginación en la concepción y realización del vestuario en base a polyfom coloreado, uno de los más creativos en la historia de estos encuentros.
(VII Bienal de Teatros del Interior- Paysandú – 1999)

Gustavo A. Ruegger
Crítico teatral del
Diario “El País” – URUGUAY



“Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín”
Brillante creación a partir de Jim Henson y Walt Disney.

Un Lorca menor, utilizado frecuentemente para fiestas de fin de curso, con una trama divertida pero algo tonta. En fin, poco se puede hacer con eso. ¡Ja!, “confiate en la crema”. Como si los espíritus de Walt Disney y Jim Henson se hubieran unido en el duende que abre la representación y la guía – que nos hace ver lo que quiere -, la puesta en escena derrocha imaginación y atrapa de principio a fin. Si una adaptación aceptaba este Lorca, es precisamente ésta, la fábula. Una gran fábula, un cierto aire de cuento de hadas, rejuveneció en gran manera la obra y la hizo muy atractiva. Juega papel fundamental la adaptación del texto que ha hecho el director (Ricardo Ríos Cichero), pues es a partir de allí que la obra adquiere nueva dimensión. La anécdota es a los ojos contemporáneos tan frágil que hacerla tal cual la planteó Lorca, no hubiera despertado interés. Lo que quedaba pues, era poner énfasis en el paso de comedia, en el pícaro guiño lorquiano y a partir de allí reinventar la obra, convertirla en fábula. Un brillante vestuario, acorde a la imaginativa puesta en escena (detalles como los pechos de Belisa y los trajes del sol, la luna, el viento y la lechuza, son francamente notables), y un elenco muy parejo y bien dirigido logran una muy buena puesta en escena a partir de un texto que a primera vista no tenía mucho interés. Gran trabajo del grupo fraybentino, que de paso deja en claro que el teatro de autor sigue vigente, incluso en aquellos casos en que una obra haya perdido esa vigencia. Porque con imaginación se la puede renovar. - E.J.S. 18 de mayo-1999. Diario “El Telégrafo” – Paysandú.

Colecciones.

Sus obras se encuentran en colecciones oficiales y privadas de Uruguay, Argentina, Paraguay, Chile, Perú, USA, Venezuela, España, Francia, Inglaterra, Holanda, Finlandia y Suiza.


Galerías:

“ ADI ”; Arte en Decoración de Interiores.
Constituyente 2012 – Montevideo -
www.adigaleria.com.uy



“ Les marchands d’Art ”
Jackson 1253 esq. Charrúa - Montevideo
www.arteuruguayo.com/





“ Somniac Gallery ” – Cell. (646) 320 5210
New York – U.S.A.
www.somniacgallery.com




“Claramunt - Espacio de Arte”
Fray Bentos – Uruguay
Teléf. +598 56 2 25 61



sábado, 9 de agosto de 2008

Mascaritos de mi pueblo




"Mascaritos"
(detalle de mural)
Hogar de Ancianos de
Fray Bentos



El mascarito fraybentino es exteriormente una especie de espantapájaros. Sus ropajes son “cualquier cosa”; prendas en desuso, rotas, gastadas, combinadas en un caos de colores y muchas veces sin ninguna programación previa, pero que conforman una totalidad rotundamente acabada, grotescamente uniforme, impactante, única y tremendamente bella en su fealdad.
Para mí, hay dos motivos fundamentales – aunque no excluyentes, por cierto - que inducen a hombres y mujeres a transmutarse espontáneamente en mascaritos.
El primero - elemental cuando se habla de disfraz - es encubrir la identidad frente al público. Lograrlo es ya una primitiva diversión. Pero el mascarito no se detiene allí; se exige ir más allá. Necesita flirtear con esa excitante posibilidad de ser desenmascarado y para ello emplea la provocación. Entonces baila, abraza, gesticula y habla a gritos o en susurros a parientes y amigos contándoles situaciones comprometidas, para él y para ellos. Es como un ceremonial que guía y engaña - todo a la vez - “jugando con fuego”.
Lo segundo es transformarse en un censor social. Es un termómetro de la vida cotidiana. Y esas sátiras son expresadas a través de un humor negro, simbólico o grotesco, llegando hasta el realismo fantástico.
Salvo excepciones, sus “víctimas” son los individuos que con sus actitudes o acciones hieren material, ética o sentimentalmente a la sociedad. Y él ridiculiza los hechos a través de una dramatización directa e indiscutible.
Y este “sacar los trapitos al sol” es elaborado con tanta originalidad, que va más allá de un hecho casual de una noche carnavalera para transformarse en una serie de riquísimas creaciones. Lamentablemente esta obra intuitiva, elaborada espontánea e improvisadamente, tiene una efímera vida captada muchas veces por unos pocos espectadores que, depositarios de ese fugaz resplandor cultural, se maravillan ante la expresión de algo muy profundo, mezcla de instinto, sentimiento e intelecto.
Siempre encaro mi obra alimentado por esa concepción del Arte popular de mi pueblo; y esa gente tapada de trapos y pintura – parientes, amigos, vecinos - siguen emocionándome, refrescando mi memoria, transportándome hacia los días lejanos y felices de mi niñez.
Sin embargo, creador yo también, mis obras se han alejado aparentemente de mis inspiradores; lo exterior de mis mascaritos se parece poco a esos entrañables y bochincheros “mamarrachos” fraybentinos pero adentro, en el alma y los sentimientos que intento darles, siguen aspirando a ser como ellos, como los verdaderos, a los que quiero y extraño tanto.

Conceptos carnavaleros











"Mascaritos escuchando a una murga"
(acrílicos sobre fibra)

Aunque tiene una proyección pública a través de corsos, tablados y concursos, se puede afirmar que el carnaval de Fray Bentos es una expresión íntima, asordinada, tristona; a veces filosa como navaja, a veces suave como una caricia.
Viene de adentro, de las vísceras.
Viene del intelecto.
Viene del instinto.
Llega marcado en el anca, como un ganado ancestral que aparece desde la noche de los febreros y desaparece, como todo remedio del alma, apagándose casi sin darnos cuenta y sin dejar rastros visibles.
Es opaco, como de “paleta baja” pero que - por la calidez de tonos y la gama de matices que vibran bajo la luz incierta de las bocacalles - parecería que estamos frente a un cuadro expresionista escapado y viviente, que el marco no pudo contener.
Es crítico desde el alma.
No hay mascarito ni murga que no libere sus sentimientos – a veces desordenadamente – para gritar sus dolores, sus miedos, sus deseos, su solidaridad o su repudio, frente a los demás. Pero siempre desde lo humano y personal; pocas veces desde lo institucional.
Y es impúdico.
Generosamente impúdico.
El carnaval desnuda prejuicios, vergüenzas y se instala en el trono de Momo para decir - sin pelos en la lengua aunque sí con poesía, arte popular y una cuota grandísima de sinceridad - lo que durante todo el año calla o duerme en el espíritu popular.
Y es humor.
Grotesco humor.
Roza lo negro, acaricia lo fantástico y se ahonda en el simbolismo para darnos desde una mezcla de instinto, pasión e intelecto, una gama de momentos individuales o colectivos de alto contenido plástico, de riquísima expresión popular y una muestra muchas veces incomprendida de cultura local.
Y no es un carnaval turístico.
Va más allá, por suerte.
Va más adentro.
Se abraza al alma.
Y, en las ropas incoherentes e inarmónicas de los “mascaritos sueltos”, con sus formas sensuales a fuerza de almohadones cómplices y voces aflautadas en busca del anonimato; en los murguistas de ropas prestadas del año anterior, con falsos lujos y gargantas maravillosas, críticas y amorosas; en los carros adornados – riquísimos en espíritu y pobres en material – ocupados por reinas pueblerinas y soñadoras y un público casi igual en sentimientos pero estaqueado en los cordones de la vereda – un poco sorprendido, un poco divertido, un poco envidioso – transcurre uno de los carnavales más humildes por fuera, pero tan maravillosamente rico, tan apasionadamente enamorado desde adentro, tan sencillo como todo lo que realmente vale, que si lo miramos y lo vivimos con la mente, el corazón y el alma generosamente abiertos, no podremos olvidarlo.
Y llegará a nosotros, nos estaqueará al cordón de la vereda o nos hará tapar la cara con un trapo, nos hará aflautar la voz con pudor y miedo a ser descubiertos, y nos hará mezclar con otros mascaritos.
Y el calor de todos juntos y la algarabía y los gritos y los saltos y las corridas nos llevarán a ese mundo extraño pero real, oscuro, brillante, humorístico, crítico,
sencillo y profundo, humilde y bello, personal y generoso.
Ese mundo contradictorio, vital, agridulce.
Ese mundo carnavalero que todos los años volverá desde la noche de los febreros - como un remedio del alma – y luego desaparecerá casi sin darnos cuenta y sin dejar rastros visibles.



Escribir y corregir










"Escribiente" (boceto para mural)


Quiero, para comenzar, decir que estos convencimientos que compartiré con ustedes son una síntesis de algo bastante más extenso y que lógicamente aquí están “amontonados” en un desorden “armonioso” que cada cual deberá reordenarlo a su gusto y conveniencia.
Por otra parte, como todo esto del Arte tiene un ingrediente fuertemente subjetivo, no es posible determinar la existencia de una fórmula exacta, abarcadora y detallada de cómo realizar una obra, en cualquiera de las disciplinas artísticas, no sólo en la literaria.
Cada cual descubre, construye y pide prestadas herramientas que sólo él puede hacer funcionar y seguramente no siempre.
El uso que damos a esas herramientas las clasifica como primarias, secundarias, etc. Unas rústicas y poderosas “para lo grueso”; otras delicadas y sutiles “para terminación y pulido”. Y todas esas herramientas están guardadas en una especie de “cajón de herramientas”, acá, en la cabeza y acá en el corazón de cada uno de nosotros.
Por supuesto, las que más usamos están arriba; las otras allá abajo, a veces hasta desperdiciadas, por invisibles y olvidadas.
Por lo que significa esta explicación, es que no voy a hablar de “cómo debe escribirse un texto” sino que hablaré de “cómo escribo un texto”. Inevitablemente esto repercutirá en alguna medida en quien me escuche y ello me obliga a poner énfasis especial en la claridad y honestidad de mis dichos.
Para ello, en algunos momentos tomaré prestados ejemplos de algunos maestros - de los cuales he aprendido - y que, por supuesto, dicen las cosas mucho mejor que yo.
Intentaré también mantener la charla en primera persona, para hacer evidente el hecho de que hablo de lo que yo hago y no de lo que debería hacerse. Cada cual tome lo que le sirva y deje u olvide el resto.
Y, como última precisión, les digo que enfocaré esto desde mi creación teatral, aunque verán que toda creación literaria pasa – en mi caso – por este mismo proceso.
Y comencemos con este caos que pretende presentarse en cierto y comprensible orden.


Imágenes provocadoras.


Creo que los primeros movimientos de escritura que realizo son fruto de la provocadora imagen - digo imagen por cualquier percepción que tengo o llega a mi mente – y que guarda en sí misma una obra cualquiera (cuento, dibujo, obra teatral, música) así como una semilla guarda o contiene a todo un árbol hasta el momento en que comienza a germinar. Esta imagen es, para algunos, un “disparador”. Me resisto a esa calificación que parece describir un arma de fuego más que una imagen rica, vital y provocadora de la creación artística.
Yo prefiero – y no es mío – el término “Imagen Generadora”.
Esas imágenes, que llegan a mi rincón de creador y me conmueven, pueden estar guardadas en mi sub-conciente o puedo haberlas recolectado concientemente en
derredor y archivado hasta el momento en que me desafíen a generar algo a partir de ellas.
Siento un placer muy especial, único diría, cuando comienzo a balbucear los primeros diálogos o descripciones, guiado por esa imagen que puede ser un objeto, sensación, perfume, temperatura, color, palabra o situación y que me lleva a escribir libremente, desde un lugar de emociones y sensaciones que afectan a mi relato de manera excluyente.
Y todo es así hasta el final de esa historia que se genera desde sí misma (como el árbol) y que debe contener, fundamentalmente, tres cosas.

a.- Estar ligada a mi mundo interior, porque sólo así me conectará con otras imágenes íntimas y las emociones que me provocan, para que ellas sí participen, de una forma u otra, en la creación de la historia.

b.- Contener - o crear durante el desarrollo - un sentido alegórico, un símbolo, una metáfora que enriquezca el discurso y regale al espectador algo que lo haga crecer intelectual y espiritualmente. Un hecho cultural es aquel que afina la sensibilidad, aquel que nos vuelve más complejos, más observadores, más críticos, más sutiles en el proceso de la valoración, que nos transforma en seres más capaces en la comprensión, para así vivir y convivir de mejor forma.

c.- Y, para completar el triángulo, esa imagen contendrá, expresará o generará un conflicto que será el porqué de la historia.

Claro que puede haber otros conflictos y de hecho los hay en una obra; pero uno de ellos será el sostén - posiblemente invisible - y el motivo de su existencia, aunque no siempre sea el principal en el discurso propiamente dicho. Pero eso sí, si no hay conflicto no hay cuento, relato, novela o teatro.

La improvisación primaria.

En la improvisación teatral – la de un actor - cada gesto, cada palabra, cada movimiento, cada idea tienen una respuesta inmediata que está sujeta a las imágenes y emociones intestinas. Por eso hay mucho del interior del artista; hay imágenes y hay emociones.
La literatura teatral se alimenta también de las improvisaciones y son tan fuertes que proponen, determinan y construyen el texto.
Por eso digo que sólo vislumbro, desde la imagen generadora, un camino penumbroso y desconocido que se irá iluminando con la guía certera de los personajes que, con sus convencimientos y contradicciones, irán dando, desde una improvisación que no controlo, la luz y la riqueza a ese devenir hacia algo.

Hacia algo.

El teatro es un movimiento dificultoso hacia algo y el conflicto de fuerzas en contrario es el que genera la energía, justifica la historia, decide el progreso e impone el ritmo de la obra.
Enriquecido por objetivos, motivaciones y contradicciones de cada personaje, el conflicto instala una central de violencia, plena de pugnas, forcejeos, calmas, tormentas, marchas y contramarchas que precipitan a personajes y público hacia un final que, idealmente, no debe ser esperado. Esa es la obra; una historia condensada en la acotada realidad de la escena y las alusiones.
Quiero remarcar algo: la obra existe si hay conflicto.
Juan quiere ir hacia un lugar y Pedro no se lo permite. Allí hay un conflicto, un foco generador de violencia.
Allí hay una historia que está esperando, adormecida y vital como un árbol gigantesco dentro de una pequeña semilla. Sin embargo, para que germine, necesito imágenes que la alimenten, la rieguen y la vuelvan visible.
Indispensablemente necesito esas imágenes porque no puedo, nadie puede, escribir desde la idea; se escribe desde las imágenes. Cuando un olor, un sonido, una escena se torna una imagen conmovedora, que genera en mí algo y ese algo me impulsa a ir más allá..., ¡ya está! Estoy en camino. Y pongo en marcha la escritura desde la contradicción de no saber nada de la obra ni hacia dónde iré.
Son los personajes los que, poco a poco, iluminarán el sendero penumbroso.
Ellos me arrastrarán por él, me mostrarán un mundo de fuerzas y contradicciones y me “embarcarán” en el viaje que emprenden y que conduce “hacia algo”. Estaré allí exclusivamente para estimularlos si se quedan quietos o si los noto girando en redondo perdidos y planos, sin avanzar.
No es otra cosa para mí la creación. Y mi participación en ese suceso es estar ahí, azuzando a la obra para que ocurra; alimentándola, regándola y cuidándola, como a un árbol.
Pero es sólo el comienzo. Eso que se ha creado debe transformarse en otra cosa.

Desde la creación a lo literario.

Voy a tomar como ejemplo un accidente en la intimidad casera.
Una línea casual que se produce por el manejo erróneo de un bolígrafo, termina “dibujándome” una raya en la camisa nueva.
Hay allí un “dibujo” casual, accidental que – como las nubes en el cielo – nos evoca algún objeto, animal o persona. Es algo emocional lo que sucede.
Esa casualidad puede incentivarnos a completar la imagen, desde la imaginación. Eso es una irradiación de otras líneas que completan lo sugerido ppor la línea primaria, accidental.
Pero luego, si la emoción que nos provoca todo esto es suficientemente “fuerte”, utilizaremos nuestros conocimientos de dibujo para “detallar” toda la figura, con cierta destreza.

Podemos decir, pues, que todo el proceso ha pasado por tres etapas; la línea emotiva, la irradiante y la diestra.

Comparemos esto con el proceso creador del texto teatral.
Hay una primera etapa que es emotiva y que, más allá de mi voluntad, me “muestra” parte de la historia, perceptible pero incompleta. Ahí “se adivina la obra" (como la imágen en la camisa). Ese primer esbozo involuntario de la obra, me conmueve o no. Si lo hace, ocurre otro proceso que completa el texto y eso puede considerarse el proceso irradiante, donde el bosquejo termina siendo un texto totalmente desarrollado, aunque seguramente pobre o débil.

En estos dos “tiempos”, las imágenes y emociones provocan que la escritura fluya libre de trabas, correcciones o censura.
Hasta aquí, aunque los límites nunca son nítidos en el Arte, actúa la “Improvisación Imaginaria”.
Ha ocurrido la obra. La próxima etapa de la escritura es “completar la obra" en todos sus detalles (como el dibujo en la camisa); características, colores, luces y sombras.
Esta etapa es la última en la realización de una pieza Dramática.
Es el tiempo de la corrección. Por eso hablaba de la destreza, la línea diestra. Tengo que emplear las técnicas, el oficio; ah, y la auto-crítica.

En esta etapa siempre existe el supuesto de que “puedo lograr algo mejor” y eso me impulsa a corregir y corregir, casi con cierto toque de manía.
Sólo podrá detenerme una difícil decisión, tajante pero dolorosa: “¡Basta, está bien así!” O sea que doy por terminado el proceso, muchas veces hasta con ciertas dudas. Es difícil decidir cuándo “terminamos” la realización de una obra literaria o de cualquier disciplina artística.

Escribir es corregir una y otra y otra vez... y muchas y muchas veces.
A veces, hasta logramos algo interesante.


Algo sobre la escritura.

Los diálogos ordinarios de la comunicación coloquial no poseen un valor artístico; no tienen armonía, elegancia, ritmo, musicalidad. No tienen tono poético. Eso sucede en nuestras conversaciones con la familia, los vecinos, los comerciantes...

Sin embargo, actualmente la literatura, particularmente la dramática, se sirve mucho de lo coloquial en su búsqueda de lo naturalista o realista.
Claro, lo coloquial es un instrumento de uso vulgar rápidamente convertido en desecho, que al final del día, nadie recuerda. Nadie sabe exactamente todo lo que conversó, palabra por palabra, con la vecina de la vuelta sobre los problemas de los sueldos, el embarazo de la menor de los López o la lluvia del jueves anterior.

Conozco la obra de una artista que acopia desechos del mar; restos de caracoles y almejas. Después, pacientemente, los elige y los va “soldando” unos con otros, hasta que se produce el milagro de la creación artística. Ante mis ojos aparecen figuras casi perfectas de gauchos y “chinas”, caballos y guitarras, ponchos, recados y cuánta cosa esa mujer quiere que yo vea.
Son simples “esqueletos” de caracoles y almejas, arrastrados por el mar, que han sido transformados y que nos dicen cosas distintas, que nos provocan cosas distintas y que nos conmueven profundamente. Sin embargo, si nos acercamos suficientemente allí están ellos, caracoles y almejas, vibrando ahora con otra vitalidad; la que les aportó esa mujer desde su talento. Pasa igual con lo coloquial que, en manos del literato, torna de basura en oro.

El creador, el literato se sirve de los desechos de lo coloquial, los transforma y los hace “protagonistas” de un texto literario usándolos de la manera adecuada; con sentido poético.

Escribir desde cada personaje.

Interior y exteriormente, cada personaje es único. Su forma de ser, de hablar, de pensar; su aspecto, su voz, su agilidad o pesadez, sus movimientos; sus reacciones, sus posturas morales y éticas, sus actitudes.
Todo es único en él y cuando escribo debo hacerlo creíble a través del único elemento que cuento: La palabra.
En la etapa de ajuste del texto – corrección –, pongo atención extrema en los dialogados. Ellos son mi única herramienta para definir toda la compleja estructura orgánica y mental de los personajes.
Para eso, me introduzco en ellos y escribo sus parlamentos desde cada uno. Y me propongo que, a través de sus parlamentos y caracteres, cada cual aparezca único y original. Esto es necesario para que el soporte - el cuerpo y la palabra del actor - pueda interpretarlo cabalmente.
El personaje es una ficción, un mito, y debo infundirle vida.
Debo hacerlo conflictivo, tridimensional y contradictorio.

a.- Conflictivo, puesto que el conflicto es fundamento del hecho teatral. Cada personaje lucha por imponer sus ideas y objetivos desde un lugar de las fuerzas en contrario.

b.- Tridimensional, porque debe tener “luces y contraluces” que lo despeguen del “fondo plano” en el que se recorta. Luces que lo alumbren desde varios ángulos, aún desde la contraluz, porque no puede ser plano, invariable. Debe tener un carácter dinámico, que lo proyecte hacia sus objetivos, alcanzables o no. Eso creará una visión tridimensional y enriquecida con claroscuros.

c.- Contradictorio, pues es la condición más enriquecedora desde lo humano. Todos somos contradictorios. Si el personaje no tiene luchas intestinas a la hora de tomar decisiones, se transforma en algo mecánico y predecible.

Algo sobre el corregir.

Yo leo en voz alta varias veces, durante el proceso de corrección.
Es simple el motivo. La obra de teatro no es una novela, cuyo soporte es el papel. En esto de la dramaturgia el soporte, fundamentalmente, es la voz del actor. Por lo tanto, si queremos ajustar nuestro texto para que funcione correctamente a través del actor, debemos escuchar como suena. Debemos saber si tiene buena musicalidad o si, por el contrario le “aparece” algún ruido, algún error.
Y baste lo dicho como explicación de esto que, aunque no a todos les convencerá como recurso, creo que de vez en cuando sirve usar; “por si las moscas”.

Las líneas “emotiva” e “irradiante” se complementaron para crear la historia. La corrección es aquella “línea diestra” que transforma a la creación en un hecho literario válido.
Corregir es, fundamentalmente, transformar la creación en un hecho artístico.
El Talento es el creador.
El Oficio es el constructor.


Una revisada en el cajón de mis herramientas.

No hay fórmulas exactas para escribir y tampoco hay herramientas universales que puedan o deban servir a todos quienes andan en esto de la literatura o en cualquiera de las Artes.
Sin embargo, cada uno tiene ciertas herramientas fabricadas de forma casera y otras que pedimos a colegas y hasta algunas que nos encontramos por ahí y que – todas juntas – llenan nuestras necesidades y forman parte de nuestro “cajón de herramientas”.


¿Para quién escribo?

Hay un interlocutor para el que escribo. La creación se afirma en ese “receptor” invisible, imaginario, hasta impreciso pero fuerte hacia el que va dirigida mi obra.
Siempre cambia. Siempre escribo para alguien o algo distinto pues el asunto del cual quiero escribir se ajusta a un interlocutor muy especial.
Yo diría que no lo elijo; está allí en las sombras, leyendo, analizando, juzgando lo que vuelco en el papel.
Este interlocutor se mantiene durante todo el proceso de creación, como ayudando a dar una impronta particular al texto.
Pero no es factor determinante para el proceso.
Aún escribiendo para ese “fantasma” impertinente que me observa desde la platea imaginaria, puede que no logre llegar a buen puerto. Entonces termino archivando en un cajón todo lo escrito y me olvido, quizás por años de ese, muchas veces, llamado “maldito texto”.

Algún día, tiempo después, me encuentro con él revisando cajones en busca de otra cosa.
Lo leo, veo sus virtudes y defectos y – principalmente – compruebo que me es totalmente ajeno. Ese texto parece escrito por otra persona. ¡Eso no pude haberlo escrito yo!
¿Qué sucedió?
Cambió el interlocutor. Ya no tengo el mismo fantasma juzgando mis escritos. Hay otro que “ve distinto” lo que escribí hace un tiempo.
Sin embargo, quizás el texto sea rescatable; quizás hoy sí pueda avanzar hacia algo. Entonces debo solucionar primero lo primero. ¿Para quién voy a escribir ahora? Y la solución no está en mí; está en el fantasma. Alguien aparecerá desde las sombras a leer, analizar y juzgar lo escrito. Y si es de su agrado o interés, me impulsará a seguir escribiendo. Posiblemente haciendo ajustes acá y allá para agradar a ese nuevo interlocutor, pero podré, finalmente, seguir avanzando. ¿Hasta el final? Eso es harina de otro costal.

La imagen generadora.

Creo que nadie escribe desde la idea. Necesitamos que aparezcan imágenes que nos provoquen la creación.
Esas imágenes surgen espontáneamente o podemos acopiarlas sin ton ni son, simplemente porque nos conmueven y nos muestran una vitalidad y vibración que nos dicen que encierran algo, como una semilla encierra a todo un árbol.
Hay una obra allí dentro de esa imagen que, llegado el momento, nos conmoverá y germinará.
Pero esa imagen no sólo debe conmovernos como imagen, sino que debe contener algunos ingredientes esenciales para que guarde en su interior una historia válida teatralmente. Debe estar estrechamente relacionada con mi mundo interior, con mis vivencias, experiencias y emociones; debe contener un conflicto pues sin él no hay Teatro; y debe contener o crear una metáfora.

Algo sobre el sentir y las sensaciones.

En el proceso de creación me dejo arrastrar por los sentimientos, por las emociones. Me dejo llevar por los personajes que así adquieren su propia dimensión y deciden qué debe suceder, qué deben decir y porqué cosas deben luchar.
Intento huir del escenario y su acotada escena. No quiero que la escenografía ficticia del teatro me condicione en la creación. Entonces creo una realidad desde mis sentimientos, sin frenos materiales más allá, lógicamente, de la propia sensatez. Me instalo entonces a través de mis sentidos, de las sensaciones. De lo que veo, huelo, paladeo, toco, oigo. Esos efectos sensoriales muchas veces son provocadores de cosas que hacen a la creación del texto y de los personajes.
Allí, en esa realidad creada por mi sensibilidad y captada por mis sentidos, se creará, se desarrollará la obra. El texto está allí y como una semilla bien regada y cuidada, germinará y se hará árbol.

La improvisación imaginaria.

Siempre dejo correr el lápiz para que aparezcan los primeros parlamentos, las primeras impresiones o imágenes que alumbren el camino de la historia y alumbren a los personajes. Esa es una buena manera de comenzar y que me ha dado las suficientes satisfacciones como para adoptarlo como herramienta válida.
Una vez que la imagen generadora me impulsa a escribir, lo mejor es liberarme de todo prejuicio y dejar que la imaginación y la improvisación me embarquen y conduzcan hacia donde quieran. Es muy probable que esas dos señoras me lleven a buen puerto, si es que no las enfrento al señor de la censura antes de tiempo.

Esa improvisación imaginaria, a la cual se refieren maestros de la literatura dramática, no es otra cosa que dejarse llevar por la historia, que se construye sola de adentro hacia afuera como germinando de una semilla – o sea la imagen generadora – y permitiendo que los personajes me atrapen desde sus apetitos, sus objetivos, sus convencimientos, sus luchas y sus contradicciones.

Yo decido liberarme de todo juicio crítico en el momento de crear y lucho constantemente por mantener esa libertad durante todo el proceso. Eso me libera de prejuicios, de barreras materiales, de escenarios acotados, de recursos limitados.
Sólo guardo en un rincón de mi mente, irrenunciablemente, la cuota necesaria de sensatez.

La obra se construye sola. Yo sólo estoy presente para azuzarla, para obligar a los personajes a moverse cuando pierden el rumbo y comienzan a dar vueltas sin sentido en un mismo lugar.


Algo sobre el día siguiente.

A veces es bueno terminar la jornada laboral de escritor sin escribir toda la escena que estamos trabajando, aunque sepamos qué hacer. Esto se vuelve interesante y útil si lo vemos desde las emociones que necesitamos a cada paso y en cada nuevo día de nuestro trabajo.
Necesitamos las emociones que nos impulsan en la creación, como el espectador necesitará de las emociones continuas y enlazadas para ir construyendo la historia en su mente.
Por eso es interesante emplear las escenas inconclusas para reanudar la tarea al otro día.
Como ya sabemos qué hacer, al escribir al principio de la siguiente jornada, esos momentos finales de la escena - como un “calentamiento” -refrescarán las emociones y los sentidos; entonces luego proseguiremos avanzando en el mismo nivel de sensibilidad por las siguientes situaciones. Eso ayuda a la fluidez de las ideas y del relato en sí mismo.

Los personajes.

Construir los personajes tiene dos miradas, dos ángulos desde donde trabajar.
Uno es el propio argumento. El personaje va creciendo a través de su participación, su rol, sus objetivos y su incidencia en la historia. Ello va desnudando y descubriendo su carácter, sus convencimientos, sus reacciones, su forma de actuar, sus contradicciones.

Por otra parte, el personaje se construye desde el cuerpo, la imagen que me hago de él.

No es desde la idea que creo la criatura, es desde las imágenes. Necesito la imagen de ese ser para transformarlo en un mito vivo.
Y, contradictoriamente, hay veces que no.
Por eso digo y repito que no hay fórmulas exactas para esto del Arte.
Sin embargo es bueno tener los recursos ahí, a la mano, para cuando estamos perdidos. El “cajón de herramientas” debe estar pronto.

Corregir.

La mejor manera de corregir, para mí, es hacerlo posteriormente a la etapa de creación.
Sin embargo me es difícil crear sin el fantasma del “Corregidor” a mis espaldas pues soy director teatral. Es difícil aislarse de esa condición. Cuando escribo me siento tentado de ir solucionando los problemas de la puesta en escena.

La literatura dramática tiene un soporte distinto a toda otra escritura.
El papel es el soporte de la literatura, pero el de la literatura dramática es – esencialmente - la voz del actor.
Por ello, si quiero saber cómo llegará y se “leerá” desde la platea, debo leer en voz alta cuando corrijo y tantas veces como sea necesario.
Leer para saber dónde el texto suena como música y dónde como ruidos; esos ruidos que son, por supuesto, los errores.
Algo interesante por demás es señalar inmediatamente los ruidos que voy encontrando, aunque aún no me interese o no sepa cómo solucionar el problema que me crean.
El marcarlos los identifica. Hago esto pues en unas cuantas lecturas más, me acostumbraré a ellos y entonces, erróneamente, comenzaré a convencerme de que no son tan malos.

La corrección constructora.

En esto de la corrección, algo que me llegó como una lección clara como el agua, es el ejemplo de la almeja.
La almeja es un organismo de una perfección total, dentro de su escala. Una de sus virtudes es la asepsia y pulcritud de su cuerpo dentro de las valvas, a pesar de los embates externos. Pero nada es totalmente seguro. Sin saber cómo, de pronto un grano de arena se introduce y se aloja, como cuerpo extraño allí en lo íntimo del animal. Entonces, paciente y efectivamente, la almeja lo rodea con una sustancia llamada nácar hasta volverlo inocuo a su organismo. Eso que se formó es una perla. Una maravilla creada por seguridad. Si lo vemos desde la propia naturaleza, es simplemente un error corregido.
Escribir es corregir hasta formar una perla.

Dos herramientas de búsquedas.

Hay momentos en que no sé hacia dónde ir, no sé cómo solucionar algo. No sé qué pasa con los personajes. Quedan girando en redondo sin ir hacia ningún sitio. Es un pozo de quietud, de aburrimiento.
Es como si los personajes se volvieran extraños; no los entiendo, no sé qué quieren.
Algunos maestros recomiendan hacerles una entrevista.
Sí; sentarse en cualquier lugar imaginado, frente a frente y – totalmente honestos – preguntarle cosas a esa criatura escénica a la que tanto amamos y necesitamos.
Dicen que es sorprendente las cosas que suceden.
No lo he practicado. No por falta de necesidad, sino porque, hasta hace muy poco, no conocía este recurso.
No sé si recomendarlo. Hay que reconocer que no es un recurso apto para uso de todos. Pero lo que sí estoy seguro es que es muy tentador. Es casi como estar creando una obra de teatro. La propia “entrevista” – una especie de improvisación imaginaria – es tan atractiva, que puede terminar suplantando a la obra que pretendemos re-encaminar.
Es endiabladamente tentadora la idea.
Entonces, no puedo menos que recomendar que la tengan en cuenta.
La otra forma de buscar es la de “escribir búsquedas”. Dejar que la mano garabatee ideas, situaciones, dialogados sin ton ni son, buscando que las aguas quietas encuentren las pendientes necesarias para correr hacia algún sitio; una desembocadura, un mar. La corriente de un río da una clara idea de lo se busca en un texto: Es ese correr continuo hacia algo; distintos ritmos según el cambiante terreno; cambios de dirección siempre avanzando; obstáculos casi insalvables; caídas abruptas - aturdidoras o cantarinas - y remansos dulces y frescos buscando con suavidad el sendero a seguir; y un llegar incontenible, aturdidor y emotivo, lleno de espumas, torbellinos, brillos, neblinas y sol.
Y, por último, un consejo; nadie tiene la verdad absoluta en esto del Arte. Todos aportamos nuestra experiencia y la experiencia que nos viene de otros – maestros, amigos, familiares, alumnos – y es por eso que de nada servirá todo lo que estudiemos si no estamos determinados a “dejar el alma” en la cancha, sobre el papel, sobre el escenario o sobre cualquier otro ámbito que hayamos elegido para nuestras expresiones artísticas.
Algunos dicen que el Arte es diez por ciento de Talento y noventa por ciento de trabajo.
No creo que sea tan así.
Pero sí estoy seguro que trabajar con humildad y dedicación total, es imprescindible para que nuestros talentos vuelen al encuentro de la creación, la belleza y la excelencia.

La emoción













"El banco"
(fotografía)

Del crear y el construir.




En el proceso creativo intervienen diversos componentes que no precisamente se suceden en un proceso lógico, preestablecido. No actúan, sino que interactúan complejamente.
Miramos y vemos la realidad que nos rodea. No me refiero solamente a las imágenes propiamente dichas sino a todo lo perceptible por los sentidos que llega a nuestra mente y a nuestro espíritu. Así, con la realidad exterior y las emociones que nos provoca, creamos íntimamente otra realidad (nuestras imágenes) y ella generará otras emociones, moldeadas de forma única y personal.
Esa personal, nueva e intransferible concepción estimula al talento. Así, por imperio de las emociones, impuestas o generadas por las imágenes, en lo profundo de la mente nacen las ideas que, a través de un proceso de creación y construcción, haremos públicas; las haremos obras.
Sin embargo, no todo lo ideal se hace público.
Razonamientos y obras ideales están en nuestra mente, a donde sólo nosotros tenemos acceso para luego, si acaso conforman a nuestro sentir, transformarlas en hechos concretos. Con ese fin, el ser humano utilizará los medios, recursos técnicos y lenguajes apropiados para trocar la idea en un fruto público; la obra. Y sus frutos nacerán desde la plástica, la literatura, la música, la danza, el teatro; desde los oficios, profesiones y diversas habilidades; desde las acciones comunes, cotidianas y sin anécdota; y desde lo mínimo y elemental que hace público el intelecto.
Pero todo deviene de las imágenes interiores, las emociones provocadas y la idea producida que, por último, se transforma en algo público.

Del mirar y el ver.

Hay un aprendizaje del “mirar” y el “ver”.
No sólo vemos sino que sentimos.
En la captación e interpretación del mirar-ver intervienen cultura, formación, conocimientos y valores de cada uno. Complejamente, estos “componentes” originan una visión personal que se integra al paisaje interior, no como mera información cognitiva, sino implantándose al todo donde radican la formación familiar, social y docente, experiencias, condicionantes morales y religiosas, Principios y sensibilidad.
Con todo eso se construyen nuestros marcos de referencia y todo lo que percibimos es “seleccionado” por ellos. Esos marcos delimitan nuestras capacidades. Nuestras capacidades delimitan nuestros logros.
Mirar es en cierta forma ver y no ver pues, de lo que captamos, elaboramos interiormente sólo lo que queda incluido en nuestros marcos. Y recuerdo aquí los conceptos que expresa Elliot W. Eisner (no textual; el ejemplo es mío):
Cuando el marco de referencia es el de un arquitecto, seguramente la interpretación visual de unas ruinas romanas estará guiada, enmarcada, limitada por los conocimientos de ingeniería; pesos, masas, equilibrios, arcos, pilares, resistencias, etc.
Las mismas ruinas vistas por un poeta serán interpretadas desde un lenguaje literario; las palabras que descubran los encantos, las vivencias, los amores y los odios que transitaron entre esas paredes.
La perspectiva de un pintor será la de luces, sombras, colores, empastes, matices y composición.
Cada uno dejará de ver lo que los otros dos sí vieron.
Esta variedad de interpretaciones es componente de sumo interés en la originalidad de la creación. Es inevitable actuar desde nuestros marcos de referencia; ver desde nuestras condicionantes sociales y culturales, desde nuestra educación, desde los senderos de nuestra experiencia, quizás hasta desde ese legado de la incierta memoria colectiva, pero – connaturalmente – es inevitable ver desde la riqueza y complejidad de nuestras emociones.
Vemos desde afuera hacia adentro y desde adentro hacia afuera; procesamos todo, lo interpretamos, lo sentimos y lo transformamos en una visión única, intransferible.

De las ideas.

Esa visión íntima, incontable cúmulo de imágenes provocadoras de emociones, es la tierra fértil donde germinan las ideas. A una parte de ellas las atesoramos íntimamente y a otras las expresamos públicamente; éstas, como ya dije, son las obras.
Puesto que la mente no tiene límites, las ideas son la máxima, libre y total expresión de la creación. Al no tener una concreción real siempre son plenas, sin dudas ni errores. En lo ideal, medios y técnicas no intervienen pues más allá de la idea no hay nada. Entonces todo es libertad, campo abierto a maravillas incontables e inacabables.
Quizás luego a esa creación íntima la hagamos pública, trocaremos la idea en una obra palpable. Transformamos la idea (objeto íntimo) en un hecho concreto. (obra pública)

De la creación.

La realidad de los vehículos que tenemos a nuestra disposición (palabras, gestos, sonidos, imágenes, movimientos), así como los instrumentos técnicos que nos da la realidad, (pinturas, medidas, pinceles, idioma, aparatos, herramientas, oficios, vehículos, materia prima, energía...) no son ilimitados; por el contrario son muy limitados, si los consideramos frente a lo ilimitado de las ideas. Por ello es que no existen técnicas ni herramientas que puedan dar siempre forma total a lo que se crea en la mente. Pero sí, podemos acercarnos a la acabada obra de nuestro intelecto - rozarla casi – con el Talento apropiado y el conocimiento profundo de los oficios y materiales que usaremos.
Por otra parte, más allá y sumado a las limitaciones de las técnicas, la concreción de la idea en obra es compleja y casi ajena al creador.
Pero es indispensable que desde la libertad el creador elabore su obra. Sin frenos, ni censuras previas. Más allá de los errores, más allá del juicio crítico.
Luego que la obra está creada, presente como entidad, preñada de emoción, imágenes y vibraciones, comenzará otra etapa. La transformación de ella en un hecho artístico, si es que a esas creaciones nos referimos.

De la construcción.

En esa etapa, los recursos técnicos, los medios a emplear y los resultados del proceso no están – en la práctica - simplemente al servicio de la idea. La realización de una obra – tomo por ejemplo a las Artes Plásticas – no es un monólogo del artista haciendo pública (construyendo) una creación. En la práctica es un diálogo entre la idea-artista y el resultado-idea que se va obteniendo sobre el lienzo o el papel. Las líneas, manchas y colores que aplicamos no son un mero, limitado y pasivo reflejo del objeto mental que estamos materializando sobre el soporte, sino que esas líneas, manchas y colores provocan otras ideas. Una mancha sorpresiva que no pensábamos incluir, pero tan bella y sugestiva como la ideal, puede inducirnos a cambiar el rumbo, posteriormente a la “incomodidad” que nos provoca en principio.
Quiere decir que la obra – en contrario con nuestra idea - nos propone otro objetivo que nace ahí en esa casualidad, en la sorpresa. Nos provoca emociones nuevas, nos muestra otros horizontes y quizás nos mueva a trocar nuestro primario propósito por otro que nos seduce desde un recodo del proceso.
Esa provocación está latente en cada nueva línea o pincelada.
Podríamos resumir diciendo que la obra, en la realidad de su proceso, se hace a sí misma, contrariando nuestras intenciones primarias y desbordando nuestra imaginación con continuas y nuevas propuestas.
Y lo que hará que cambiemos el rumbo no será la calidad, ni la excelencia, ni lo novedoso de esa casualidad, ni el objetivo sorpresivo que se nos ofrece, sino todo eso transformado en emoción. Si esta emoción domina o excede a la otra, posiblemente cambiaremos los objetivos y ya la obra no será la misma que ideamos, ni la misma de la pincelada anterior. El creador se enfrentará, siempre e inevitablemente, a decenas de encrucijadas en las que deberá decidir, elegir el rumbo. Una pintura surge de miles de elecciones motivadas por las “sorpresas” que aparecen tentadoras y casi prepotentes durante todo el proceso y hasta el fruto final.
Ese proceso vital, sorpresivo, descubridor – que es casi el orgullo íntimo de la obra plantada ante nuestros ojos - se da en todas las Artes y en la gran mayoría de sus frutos.
Esta complejidad de la construcción de un hecho artístico (sigamos poniendo de ejemplo a las Artes Plásticas) confirma la necesidad de estimular nuestra sensibilidad y juicio crítico. ¿Para qué? Lo uno, para captar en todo su esplendor nuestras internas imágenes e identificar las emociones que nos provocan; lo otro, para juzgar lo que vamos realizando por decisión propia y también, no menos importante, juzgar esas “sorpresas” que nos deparan el lápiz, el pincel, el papel y el lienzo y poder decidir su valor estético, artístico. Así podremos adoptar o desechar cosas y esas decisiones – si son las correctas - nos acercarán a las ansiadas belleza y excelencia finales de nuestra obra.

De la sensibilidad y la herramienta.

Talento y herramientas técnicas son componentes esenciales en el proceso de la creación y realización, cualquiera sea el modo de expresión y la actividad humana que seleccionemos como ejemplo.
Debe incentivarse a las personas para que vayan al encuentro de sus talentos, vocaciones, creatividad y las expresen libremente; pero también se debe bregar por el aprendizaje pleno de los recursos técnicos que necesitarán para alcanzar plenamente sus realizaciones.
Las Artes son la más acabada expresión del espíritu y sus obras se gestan en lo más íntimo de nuestras imágenes y emociones y se crean en lo profundo de la mente.
Hay que inculcar y promover la capacidad de observar, de ver con ojos nuevos no sólo lo exterior sino también los paisajes interiores de cada uno, a fin de interpretar y enjuiciar lo que vemos y sentimos.
Eso, refina la sensibilidad y agudiza la “mirada” crítica.
Aprenderemos así a hilar muy fino en la selección de las formas, los colores, los sonidos, las palabras y los movimientos – los que usaremos y los que observaremos en otros creadores – y los calificaremos según el grado de exquisitez y excelencia que tengan y de acuerdo con el grado de emoción que nos provoquen.
Todo esto hace al crecimiento del artista y a la elevación de sus obras hacia la perfección.
¿Porqué?
Porque el talento, con una enriquecida sensibilidad y las herramientas apropiadas, concretará con mayor fidelidad lo que se ha creado en la mente.
El talento crea libremente; el oficio da forma a esa creación.

De lo docente.

Hay quienes creen que la enseñanza de los oficios no es imprescindible, pues no los consideran muy importantes en el momento de “expresarse”. Concentran entonces toda su atención y esfuerzo en despertar en los alumnos las ganas, el impulso de crear y expresar las cosas que quieren “comunicar” alentándolos a trabajar sin frenos que restrinjan dichas manifestaciones.
Respecto de esto, una amiga – maestra de escuela - me explicó el alcance que pretenden medidas de este tipo, por ejemplo, en la enseñanza del idioma. Me dijo:
“Corregir las faltas ortográficas o gramaticales en las redacciones equivale a transformar a los alumnos en esclavos de la técnica, porque esa censura - corregir la escritura - les impide volar libremente hacia la expresión y la comunicación”.
Para mí, esto es incomprensible.
Desde siempre, el oficio - el recurso técnico - es parte importante e ineludible para los buenos resultados, en cualquier actividad humana.
Usar el idioma correctamente no nos esclaviza; por el contrario, nos libera, puesto que nos da las armas imprescindibles para expresar claramente nuestras ideas, nuestras opiniones y nuestro arte.



Este es un aviso aparecido en cierta publicación:
“Se necesita empleada inútil ; presentarse sin referencias”.Cuando en realidad quiso expresarse:
“Se necesita empleada; inútil presentarse sin referencias”.

Un simple “punto y coma” tiene el poder de cambiar totalmente el significado de una frase.
Es impredecible lo que puede hacer ese signo mal colocado en un documento de negocios, una declaración pública, un testamento o una poesía.
La técnica de la escritura y sus reglas de juego tienen una importancia fundamental para la expresión cotidiana, profesional y artística. No enseñar las reglas de juego del idioma es una actitud inmoral, si no criminal.
La comprensión y dominio de los recursos técnicos, no sólo en los talleres literarios, sino en todas las áreas de la enseñanza – imaginemos aquí cualquier actividad humana - es una de las tareas fundamentales que deben incluirse.
El ejemplo del aviso anterior deberían escribirlo en la tapa del libro quienes impulsan el “todo está bien” y el “todo es válido”; esos que van por allí abanderados con el “todo es arte” y que todos podemos pintar, escribir poesía y ser actores de teatro.
Esos, que pregonan irresponsablemente que “lo importante no es la calidad de las obras, sino que todos participen”.
Eso es basura que tiende a llenar de porquería todo el espacio del Arte.
Sin embargo, yo creo que no debe negárseles - a quienes necesiten o simplemente lo deseen - la oportunidad de expresarse de una forma que los aliente, los incentive y los impulse libremente, sin ataduras, presiones ni condicionantes.
Pero asegurémonos que lo hagan desde el conocimiento de las carencias que posiblemente limitarán sus frutos al no dominar correctamente los oficios adecuados.
Realizar una obra es corregir la creación íntima que, primariamente y en total libertad, expresamos públicamente.
Pero sí, deben crearse ámbitos para que, en un contexto libre, se permita la manifestación espontánea, natural, sin intervención de la tan rechazada “censura”. Seguramente, de esa manera se lograrán riquísimas experiencias donde la emoción, la idea y la creación se manifiesten con la necesaria “libre expresión” en pos del placer de las personas.
Sin embargo, - por más que sean necesarias, deseadas y realizadas estas actividades - debe tenerse presente que las manifestaciones y creaciones humanas, por más placer que brinden, no siempre están comprendidas dentro de las bellas artes, la literatura, la música, la danza y el teatro; frutos éstos exquisitos del espíritu y el intelecto, de una realización acabada - por talento y técnica - y provocadora del enriquecimiento de la sensibilidad, del espíritu y de la mente de hacedores y receptores de la misma.
El crear en libertad es cosa buena e imprescindible en las Artes.
En ese punto tiene una coincidencia total con lo anterior; dejar que las obras fluyan libres desde las imágenes interiores y las emociones, sin pensar en la “censura” o peor, la “auto-censura”.
Pero, luego el oficio hará su parte complementaria; lograr, a partir de esa creación, una obra de Arte.
Si queremos que hombres y mujeres se expresen con libertad y que los más capaces – virtuosos y talentosos - vuelen alto al encuentro de la belleza y la excelencia, debemos con justicia reconocer sus talentos y virtudes, debemos procurar enriquecer su sensibilidad y acrecentar su juicio crítico.
Pero fundamentalmente debemos, desde la docencia, facilitarles generosamente los apropiados recursos técnicos para que esas expresiones, esas creaciones libres de ataduras, se transformen luego en hechos con valores estéticos.

De las técnicas.

Y no debemos olvidar que las técnicas son simples herramientas y que – por sí y para sí mismas –, aún concibiendo una factura impecable, son insubstanciales como manifestación de un Arte Mayor. El virtuosismo técnico debe estar al servicio del Talento, la Creatividad y la Emoción.
El crear desde el oficio no lleva a ningún lado. Es matar la creación. Y, esencialmente mataremos la emoción, y ¡cuidado!, porque de ella nace el Arte.
El oficio no es creador, es constructor y siempre deberá ser invisible. Actuará humildemente – quizás la palabra es “sumisamente” - al servicio del Talento y la Creación. Ello evitará el matar a la Emoción. El oficio es el depredador natural de la Emoción.

De la Emoción.

Estoy convencido que el creador sólo logra emocionar si parte desde su emoción. Pero, salvaguardando esa emoción – y aún cuando no siempre logre el objetivo – irrenunciablemente procurará lograr una Obra de Arte. Para ello deberá apuntar a la estética, la belleza y la excelencia (plástica, literaria, musical o corporal).
De lo contrario – si no lo logra - todo lo demás será un pobre e inútil montón de intenciones.
La creación, si se transforma en un hecho artístico, y aunque más no sea por unos instantes, seguramente logrará que el público - la gente - vea, oiga y sienta mucho más allá de lo que cree.
Así y al fin, a través de su obra, el artista provocará en los demás eso que a él lo provocó al inicio: Emoción.